Y el lobo llego. El temido pánico al Brexit se acabó consumando con consecuencias impredecibles aunque no difíciles de imaginar. Ni el Reino Unido acabara por hundirse, ni Europa se va a desintegrar. Ni siquiera se levantara un muro de Adriano. Pero sí habrá una convulsión de secuelas peligrosas desde el punto de vista político, económico, financiero y hasta social.
Que nadie se engañe, desde el 23 de junio ni la Unión será la misma, ni la Gran Bretaña brillara con la pompa y circunstancia de un imperio trasnochado.
Lo de menos es denigrar ahora al culpable de semejante desaguisado, el desacreditado David Cameron cuya dimisión era más que obligada. Si es obligado ensalzar el coraje de la diputada laborista Jo Cox, asesinada por defender con su inmensa valentía una causa tan noble.
La responsabilidad de que la mitad de los británicos celebren” su particular “día de la independencia”, con rencor sobre la otra mitad, corresponde a un primer Ministro que pasara a la historia por haber convocado un referéndum con la única intención de aplacar las iras de su propio partido (la guerra tory europea), desafiar al continente y neutralizar el extremismo de una formación minoritaria y xenófoba plena de ira (UKIP). Quizá el mayor pecado del tal Cameron haya sido olvidarse de los indignados, los mismos que votaron de forma masiva por el Brexit, incluidos los obreros.
Cómo se ha llegado tan lejos
La pregunta de los dirigentes de Bruselas -que no dejan de secarse el sudor- es cómo se ha llegado tan lejos. O, como ha dicho algún corresponsal, porqué se ha llevado hasta el precipicio a un país y a todo un continente que aún se recupera de las heridas sociales y la mayor crisis económica de su historia reciente.
Ahora, lo de menos es el cataclismo temporal de los mercados, el hundimiento ocasional de la libra o la ‘degradación’ de la deuda soberana. En adelante, habrá que estar atentos al posible terremoto financiero, la inquietud empresarial o los seísmos que la nueva situación pueda ocasionar en sectores como la economía, el turismo, el consumo, la inversión o incluso en las grandes compañías multinacionales, que no ha dejado de amenazar con su reubicación. Las firmas que operan desde Londres (la City) para Europa podrían perder su «pasaportes» para operar en terceros países y, hasta el BCE, se reserva la decisión de prohibir las operaciones en euros en el Reino Unido.
UK-EUROPA, tocados
Las secuelas de treinta días de sobreinformación y sesudos debates, desbordados por la no tan civilizada flema británica, han sido una sociedad más que dividida, unos territorios enfrentados, la ruptura interna de los partidos conservador y laborista y la fragmentación de la propia sociedad. Sera cuestión de tiempo que territorios como Escocia y Gales se movilicen para exigir nuevos referéndums soberanos que les permita su reintegración en Europa.
Al otro lado del canal, la vieja Europa deberá poner freno a su des-union, restañar, falta de liderazgo y descomposición. No hace falta ser agorero para predecir cuál puede ser el siguiente estado-nación del continente en desafiar a las autoridades de Bruselas, bien saltándose sus reglas, exigiendo mayores prebendas o con un chantaje similar al del añejo imperio británico, cuya nonagenaria Majestad exigía desafiante las razones para quedarse en Europa.
Entre los candidatos no andan lejos los países del famoso grupo de Visegrado, la República Checa, Hungría, Polonia y Eslovaquia, erigidos como los principales beligerantes contra le emigración, transgresores de no pocos derechos sociales e impulsores de los muros y las vallas en sus fronteras.
El peligro ya no viene, solo, de la Alemania que amenazó hace un año con expulsar a Grecia del euro. Cualquier excusa o estrategia puede ser buena para desestabilizar a la resquebrajada Europa a 28 o 27, cuestionada por la inmigración, la seguridad, la cesión de soberanía, el presupuesto, su eficiencia o una burocracia alejada de los ciudadanos. Europa es hoy un club que circula a dos velocidades, y hasta a tres, con freno y marcha atrás. Los indudables avances políticos económicos y sociales no impiden Reforzar la democracia representativa.
La patria imperial de Margallo
El ministro de Exteriores en funciones, García Margallo, llego a reconocer que las políticas de austeridad se habían pasado cuatro pueblos. Apostilló un “nosotros” mayestático como queriendo esparcir culpabilidades. Hoy, en plena campaña electoral, acaba de reivindicar Gibraltar como un asunto bilateral que debe resolverse sobre el principio de integridad territorial. En eso estamos, en volver a la patria imperial.
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