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Hace 40 años, en España en que estaba prohibido el derecho de votar, los partidos perseguidos y vetados, los ciudadanos no podían  manifestarse y proscrito el derecho de reunión.

El franquismo cerraba los periódicos, censuraba libros y películas, encarcelaba y torturaba a  los “disidentes” y aplicaba la ley de vagos y maleantes  a vagabundos y  homosexuales a quienes perseguía sin cuartel. En la España de los 70 los ciudadanos no pagaban impuestos ni existían las autopistas, la despenalización del adulterio estaba por llegar, igual que  la emancipación y la igualdad de la mujer que aun necesitaba autorización marital para el ejercicio de los derechos laborales.

Apenas cuatro décadas atrás, en nuestro país había pena de muerte, abortar era delito, divorciarse ilegal, los sindicatos estaban perseguidos y hasta defender ideas europeizantes era considerado una traición al régimen imperante  que durante mucho tiempo cerceno la democracia, la libertad de movimientos y de expresión.  Por no haber, en 1977 ni existían las comunidades autónomas, los ayuntamientos democráticos, las televisiones y universidades privadas, mientras que la libertad religiosa o de enseñanza brillaba por su ausencia.

Tras la muerte de Franco, en 1975,  todavía hubo que esperar para despenalizar los anticonceptivos o la blasfemia, castigar  el tráfico de influencias, construir autopistas y autovías, ferrocarriles de alta velocidad  o suprimir el servicio militar.

Todo esto, y mucho más, hubieron de levantar varias generaciones ilusionadas, frustradas durante décadas, a la que el matonismo de ultraderecha, el golpismo militar o el terrorismo etarra y del Grapo a punto estuvieron de truncar las esperanzas de vertebrar un nuevo país bautizado LIBERTAD. La misma libertad sin miedo, sin ira y sin rencor, que pregonaron por calles y plazas millones de ciudadanos ilusionados que tarareaban la canción del grupo musical JARCHA por todo el país, cual nuevo himno de la Transición.

Contra aquel cumulo de imposiciones irracionales lucharon miles de personas anónimas, todo un pueblo esperanzado tras quitarse el yugo de la opresión y la clandestinidad  con el empuje  de erradicar el periodo más tenebroso y oscuro del siglo XX.

Solo así consiguió fructificar la denominada restauración democrática. La misma que concluyo con una Transición ejemplar, estudiada por Gobiernos, universidades y centros de poder en muchas partes del mundo.

Suarez y la nueva Constitución

Las elecciones fueron convocadas por el presidente Suárez el miércoles 15 de junio de 1977. Se elegirían unas Cortes Constituyentes para legislar una nueva constitución y demoler el antiguo sistema franquista que había regido las instituciones desde 1939. Fueron las primeras elecciones desde la Guerra Civil. La coalición Unión de Centro Democrático (UCD), liderada por Adolfo Suárez, fue la candidatura más votada y la encargada de formar gobierno. A partir de ese momento comenzó el proceso de re-construcción de la democracia. El 6 de diciembre de 1978 se ratificó en referéndum la Carta Magna española, que entró en vigor el 29 de diciembre.

La participación fue del 78,83%, muy por encima del 68,04% de las elecciones de 1979. UCD consiguió más de 6 millones de votos (165 escaños), seguido del PSOE con cinco millones (118 escaños). El PCE con 1.7 millones y  20 escaños supero a Alianza Popular con 13 ex ministros de Franco y 16 diputados. Tras ellos se situaron PSP, democristianos, nacionalistas vascos y catalanes y Esquerra de Catalunya.

Entre los diputados del nuevo parlamento democrático figuraban Felipe González, Fernando Álvarez de Miranda, Federico Mayor Zaragoza, Alfonso Guerra, Enrique Tierno Galván, Joaquín Ruiz Jiménez, ramón Tamames o Jordi Pujol, junto a otras figuras recién llegadas del exilio como Santiago Carrillo, Dolores Ibárruri (la Pasionaria), el poeta Rafael Alberti, el vasco  Juan de Ajuriaguerra y el catalán Heribert Barrera.