Amor, mucho amor y comprensión va necesitar la formación de Pablo Iglesias para reponerse del tsunami que barrió sus ilusiones y el asalto a los cielos la noche electoral.
Además del cariño fraternal y la autocomplacencia permanente para potenciar su ánimo, Podemos deberá ejercitar una profunda autocritica para digerir las razones por las que llegó a dilapidar un caudal de votos extra que a punto estuvo de auparla como segunda fuerza política del país.
Pablistas, errejonistas, monteros y hasta bescansarios se afanan ahora por descubrir lo que pasó el 26J, sin reparar que la política no es una suma de voluntades, ni la atracción de voto la adicción de afinidades plurinacionales tan dispares como la conciencia individual.
¿Lo conseguirán, o acabaran perdiendo hasta su amor?
La gran coalición
El partido de Pablo Iglesias ni concurrió en solitario en diciembre ni lo ha hecho de nuevo en junio. Fue a los comicios con la suma de una siglas más, la candidatura Unidos-Podemos junto a otros 16 partidos de izquierdas. Todos, agrupados en marcas diferentes en los distintos territorios: En Comú en Cataluña, Compromís en Valencia y Anova en Galicia. Además, buena parte de los puestos de salida fueron ocupados por formaciones de ámbito nacional: Izquierda Unida y Equo.
Solo 45 de los 71 diputados conseguidos por la ‘gran coalición’ o ‘frente amplio’ pertenecen estrictamente a Podemos. Los 26 restantes son ajenos, con una procedencia dispar: De Cataluña proceden 12 (En Comú Podem), otros 9 de la Valenciana Compromís-Podemos-EUPV y 5 más de En Marea de la que sólo ocho han recaído en miembros de Podemos. Hasta 18 diputados provienen de partidos o plataformas como Barcelona En Comú, ICV-EUiA, Procés Constituent, Compromís o Anova.
Miedo, Brexit y la hoz y el martillo
Lo niegue Agamenón o su porquero, fueron los errores propios de estrategia, junto a la pericia electoral del rival, más el factor externo europeo los que barrieron de un plumazo el millón extra de votos que habría colocado a Pablo Iglesias en el foco de la política nacional e internacional.
Buena parte de sus votantes adicionales acabaron ahuyentados por una polarización torticera aunque eficaz, y una campaña tan dispar como desmadejad cuyos mensajes lo mismo sirvieron para abrazar la hoz y el martillo que el puritanismo socialdemócrata con que cautivar conciencias de la izquierda moderada. Con todo, fue la pérfida apelación al voto del miedo y la espoleta del Brexit los que hicieron saltar por los aires nada menos que 60.000 millones de una bolsa temerosa que despertó tantas conciencias como bolsillos cerró.
Los tres días de junio previos al 26J, fueron suficientes para descolocar las no tan erróneas encuestas y espolear a los españolitos capaces de primar a una derecha autoritaria suficiente para conjurar el cada día más lejano gobierno de la izquierda. De paso, sirvieron para salvar del infierno al socialismo de Ferraz y difuminar el nebuloso centro español que no levanta cabeza desde los tiempos de UCD y Adolfo Suarez.
La catarsis de Podemos
Quienes pretenden reconquistar la calle deberían analizar aquella vieja política que se resiste a morir, aunque solo sea para no repetir sus errores ahora que sabemos cómo acabó: dividida y fragmentada en cien pedazos.
Es lo que da la estrategia de aunar un batiburrillo de siglas en torno a un proyecto heterodoxo cuyo objetivo es protagonizar un cambio real y acabar con el retroceso social y las consecuencias de ocho años de recortes.
Pocas alforjas para tan triste viaje, apenas dos escaños más, en un parlamento fragmentado donde, sin embargo, la perdida de la mayoría absoluta todavía permite hacer política de altura y recomponer la España herida y sangrante que dejan las desigualdades y la austeridad.
Sin mayoría para gobernar
El nuevo Gobierno liderado por Mariano Rajoy se quedara a un escaño de la mayoría necesaria para legislar, suficiente para tener que consensuar desde las políticas de Estado hasta las normas que se van a derogar.
Del nuevo Parlamento fragmentado –hasta nueve formaciones- dependerá que la legislatura prospere, o bien siga la estela de la que acabamos de enterrar.
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